Tras esto, la tarde se me hizo larga. Cada minuto que pasaba era un minuto menos hasta verme delante de ti, y esto no es fácil tratándose de dos personas que apenas se conocían.
Todo comenzó con una reunión de amigos donde coincidimos, y aunque no es que cruzáramos las suficientes palabras como para significar algo, tuve que prendarme de tu puta mirada. Esa que busco en cada momento en el que sé que estoy en la misma ciudad que tú, y que en cualquier cruce, en cualquier momento, me puede volver a mirar. “Va, que te consigo su whatsapp y le hablas”. Sólo bastó que me dijesen eso para desatar el huracán, nuestro huracán.
Falta solo una hora para verme con ella en el bar en el que habíamos quedado, y yo aún sin ducharme, tratando de calmar los nervios que minuto a minuto han ido creciendo hasta hacerme sentir como si me estuviese esperando un pelotón de fusilamiento. Y en el fondo era algo así, yo contra esa mirada, penetrante, persuasiva, adictiva… preciosa. Tras ducharme, empiezo a vestirme, y al mirarme al espejo no me queda tan bien la ropa como recordaba. Al peinarme, el maldito flequillo no se me queda, ha escogido el peor día para dárselas de rebelde. Mi inseguridad crece por momentos. Aun así, estoy listo.
Ya estoy en el bar, “joder, cinco minutos tarde y no viene. ¿Se habrá echado atrás?”. De repente, una preciosa silueta sonriente pasa al local. El corazón se pone a 3000 revoluciones por minuto. Consigo armarme del poco valor que me queda mientras veo que se acerca hacia mí.
CONTINUARÁ…
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Foto de Caleb Thal, tomada de Unsplash.com
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