Ayer soñé contigo. No sabría definir si ha sido un sueño feliz o una pesadilla, pero allí estabas, tan guapa como siempre.
Desde que desperté, llevo todo el día pensando en ti y en las canciones que nunca bailaremos, en las películas que no veremos juntos y en el tiempo libre que tengo desde que no lo malgasto contigo.
No, malgastar no es la palabra correcta, porque invertirlo en algo que te hace feliz es invertir en uno mismo. Tu más bien fuiste una inversión que terminó siendo ruinosa.
Hay tantas cosas que no te dije…
Lo nuestro no fue una tregua, tampoco un tratado de paz, fue una rendición. No merecía la pena luchar contra lo que decías que sentías, o más bien, con lo que no sentías o dejaste de sentir. Es un suicidio luchar contra los sentimientos, más si cabe cuando no son de uno.
Por eso me rendí.
Tú querías sobre seguro y yo quería hasta infinito. No lo quise admitir, pero tenías razón, yo estaba dispuesto a apostar mucho más alto que tú por nosotros.
―“Podemos ser amigos” disparaste entonces.
Ahí quedó claro. Te retirabas de esa guerra que librábamos juntos contra el mundo, contra los miedos y contra los imposibles. Y dos pueden con todo, pero uno… y más aún sabiendo que el que se queda se lleva la peor parte.
Yo no sabría verte y no darte un beso. Tampoco podría enfrentarme a una mirada de tus profundos ojos marrones, menos aún volar como volaba cuando me miraban.
Y aunque más tarde que tú, yo también me retiré. Te borré de mi vida lo más rápido que pude, evitando daños mayores.
Por eso me callé.
Aunque mi retirada quedó en intento, porque ya había poco que salvar. Estaba destrozado.
Yo me quedo con lo bueno: con los mensajes de buenos días, con las risas, con los kilómetros recorridos por estar a tu lado, con las esperas de estación, con las fotos de postureo, con los besos, con nuestros secretos… en definitiva, con lo que fuimos.
Porque ya no somos nada. Creo que si pudiésemos dejar todo atrás, olvidar las pocas cosas malas que empañan lo felices que fuimos juntos y el futuro nos presentase una oportunidad de volver a intentarlo, sinceramente, no la querría.
Después de todo, yo sólo perdí una batalla. ¿Sabes por qué? Porque ahora, desde las cenizas que representan lo que fuimos, y en plena reconstrucción de lo que soy, puedo decirte con seguridad que te quería. Con tus virtudes y tus defectos. Te veía preciosa al despertar, despeinada y con mal genio. No me importaba tu pasado, tus circunstancias, tus manías y lo que tuviese que hacer por verte. Perdiste a alguien que de verdad te quería, alguien que lo hacía como nunca había querido a nadie.
Por perder a alguien como yo, al final la guerra la perdiste tú.
Imagen de Kristina Flour, tomada de unsplash.com.
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Todo pasa por alguna razón, yo pienso así, lo mejor siempre esta por llegar. Es bonito haber podido vivir eso, pero todo acaba, y algunas historias merecen punto y final.
Saludos,
https://confesionesydesvarios.wordpress.com/2016/05/16/mimarse-mucho/
Me gusta mucho tu forma de pensar.
Muchas gracias por comentar 🙂