Pongamos que ella se llama “C”, aunque podríamos ponerle el nombre de cualquier chica que se ha enamorado de alguien por twitter.
C es tímida. Sencilla. De las que se escoden bajo la manta en las escenas feas de las películas de miedo. Muy de Nocilla y de historias románticas. Le encanta ayudar a la gente, aunque se le hace raro eso de dar consejos siendo una chica que siempre se deja llevar por lo que siente y no por lo que le aconsejaría a alguien en su lugar.
Era uno de esos días grises cuando C escribió el tweet que cambiaría su vida. Ella lo soltó buscando desahogarse. Como una llamada de socorro en código secreto. Sin esperarlo, respondió “F” poniendo patas arriba el mundo de C con menos de ciento cuarenta caracteres. Suficientes para ella ―se decía para sí misma mientras leía el tweet una y otra vez―.
Había hablado con otras personas que no conocía por twitter, pero eso que empezó a sentir y no sabía explicar, le decía que esta vez era distinto.
Según iban transcurriendo los días, fueron intercambiando mensajes en lo virtual que provocaban sonrisas en lo real. Y aparecieron las ganas. Los “quiero conocerte”, los “ojalá estuvieses aquí” y los “vamos a arriesgarnos”.
Él vivía lejos de C.
C sabía que la ecuación de C más F era igual a amor más distancia. No sería fácil, siendo así no podía serlo, pero cada vez notaba más intenso eso que sentía y no sabía explicar. Sintiendo así, uno no entiende de kilómetros o impedimentos. Sólo de ganas. De muchas ganas.
―Allá voy ―le escribió a F entonces.
Nadie la entendió al principio: “no sabes dónde te metes”, “búscate algún chico de aquí”, “puede ser alguien raro o peligroso de internet”. C hacía oídos sordos a todo lo que le alejaba de F. C se limitaba a luchar: contra sus padres, contra sus amigas, contra toda persona que no la entendiese. Siendo tan cabezona como el amor te puede hacer llegar a ser, por fin consiguió convencer a todo el mundo y pudo escribir a F lo que tanto deseaba:
―Ahora sí F, allá voy. Ahora sí…
C comenzó entonces a sentir los nervios. “Me falta maquillaje. Mierda, ahora me he maquillado de más”. Las comprobaciones por tercera vez. “El billete de autobús. Las gafas de sol. Los auriculares. Me tenía que haber puesto aquello, pero ya no me da tiempo. Va, estoy lista, creo. O no. No lo sé. Joder.” Aparecieron las prisas e inseguridades propias del momento. Ganas en niveles nunca experimentados. Y C en una nube.
Un viaje largo. Y más cuando las ganas se enfrentan a los minutos y estos se disfrazan entonces de eternos. Por los cascos empieza a sonar “Tú jardín con enanitos”. Su canción. Esa que todo el mundo ha escuchado pero que simboliza la ilusión entre ambos. Esa que nadie entiende. Esa que llevan escuchando muchas noches antes de dormir.
C llega por fin a su destino. Más nervios. Empieza a sentir tanto que asusta. Poco después puede ver el contorno del molino donde habían quedado. Puede ver su silueta. Él está de pie, esperándola ilusionado. Una ilusión de esas que no se pueden ocultar. C, tras verlo con sus ojos sin una pantalla de por medio, comienza a temblar. F la ve y se acerca. Ella nota su corazón bombeando con fuerza. Las piernas no saben si acercarse o salir corriendo. La vergüenza va tornando los rostros de ambos en un color rojizo ilusión. Dos besos en la mejilla. Tiernos. Saben a poco. Ambos quieren más, pero aún no es el momento. Aún no.
Comienzan a pasear. Están cerca, pero lejos. Hay ganas, hay conexión, pero también hay timidez. Comienzan a combatirla juntos. Como todo hasta hoy. Un chiste, una historia y alguna tontería. Risas.
Las ganas van ganando a la timidez. Un poco más cerca. Otro poco más cerca. Ahora sí, sólo falta un leve contacto. Tan insignificante como una chispa y tan peligroso como ésta con gasolina. F le coge la mano. Ahí está. Se prende la mecha. C se deja. Ambos vuelan. Ahora sí. Silencio. Se miran.
Boom.
―Ya estoy aquí ―le dice C con la mirada.
―Ya tenía ganas de que estuvieras ―le dice F con la suya.
Se paran, y con ellos, el mundo ―o eso les parece al menos―. Se miran. Sonríen. Están callados. ¿Qué pueden decir mejor que eso? F se acerca. C cierra los ojos.
Se besan.
Sobran palabras y las ganas piden más. Otro, y después otro, y después otro más.
Ambos se miran, se sonríen, y…
Y ya no hay timidez.
Y ya nada vuelve a ser como antes.
Gracias por contarme vuestra historia y dejarme escribirla. Gracias.
Fran López Castillo
Si te ha gustado, dale me gusta a mi página de Facebook o sígueme en mis redes sociales:
También estoy escribiendo una novela. Se llama: «Perdona, ¿tienes fuego?» y se puede leer completamente gratis aquí:
www.perdonatienesfuego.worpresss.com/listacapitulos
O escribiéndome a eldivandefran@gmail.com y pidíendome que te la envíe por email en formato PDF, EPUB y MOBI
Hermoso relato! 💗💗 Gracias por escribirlo, y mucha suerte y felicidad a C y a F! 💛💛💛
Me alegra que te guste Claudia! 🙂