Las circunstancias me hicieron subir al metro por primera vez. Sólo. Sencillamente con mi maleta. Y allí estaba yo, recién salido de trabajar con traje y corbata. Sentado en un rincón, deseando pasar desapercibido en aquel vagón atestado de gente. Llevaba poco en esa ciudad que a todos nos provoca amor-odio, y me sentía solo. Lejos de familia, lejos de algún amigo al que contarle mis sensaciones en esa gran metrópolis.
Poco a poco, el metro se fue vaciando. La mía era una de las últimas paradas y ya era más fácil fijarse en las personas que quedábamos. A mi lado había un matrimonio con su hijo pequeño que tenía pinta de diablillo. Al fondo del vagón, dos chicos de unos veinte años, uno de ellos con una camiseta de Michael Jordan en la que ponía «Key to success is failure». Y enfrente… allí estaba ella. 1,65, morena. Guapa. Guapísima. Llevaba una sudadera gris ceniza, unas mallas negras y unas zapatillas Nike blancas. Ella sola iluminaba el vagón. Esa sonrisa destacaba más que la luna en el cielo esa noche. A su lado un chico hablando con ella, algo amanerado. ¿Su novio?
Allí seguía yo, sentado enfrente. Pensado en el trabajo, en mis planes de fin de semana. En mis cosas. De vez en cuando le echaba una mirada furtiva a aquella preciosidad. Observa a la pareja. Cada vez veía más claro que eran amigos, nada más, pensaba aliviado. En mi cabeza no paraban de sucederse imágenes en las que me levantaba, le preguntaba cualquier tontería y la conocía, ella me daba su teléfono y quedábamos para tomar café y conocernos. «Que chorrada» me decía a mí mismo…
De repente, se para el metro. El chico le da un abrazo y se despide de ella. Se baja del vagón. Era mi oportunidad. Mi cabeza se puso rápidamente a planearlo todo. Como hacerlo. Algo tan sencillo como un «hola» se estaba convirtiendo en un plan digno del robo de un banco. Se paró el metro. Casi no quedábamos gente, y ella no se bajó. Y ahí me di cuenta. Cada segundo en el que no me aventurase a hablarle sería un segundo menos. Podría bajarse en cualquier momento. Y desaparecer, no volver a verla nunca más. Quería levantarme e ir a conocerla. No quedarme con esa puta sensación de «que tonto soy, tenía que haberle hablado. No perdía nada». Pero tenía miedo. El corazón se ponía rápidamente a 100, a 120, a 150, a 300. Lo notaba bombear como si hubiese corrido durante muchos metros seguido por un león. Y de repente, mire al chico del fondo, el de la camiseta de Jordan. Miraba esa célebre cita del astro del baloncesto, «failure is the key to success» (El fracaso es la llave del éxito), y empecé a reflexionar un par de minutos sobre la dichosa frase…
¿Qué cojones perdía por hablarle educadamente? De repente, me vi de pie. Andando hacía ella. Imposible, mis piernas van solas. Parad pensé, y cuando me di cuenta, ahí estaba, delante de ella con el corazón queriendo salir de mi pecho. PUM PUM, PUM PUM, PUM PUM.
+Hola (Le dije, con una voz tan temblorosa que solo la recuerdo salir de mi boca el primer día que expuse para toda mi clase de la universidad).
Muy buena! Me ha gustado muchísimo! Quiero la segunda parte YA!!
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